Biblioteca Salvador García Aguilar, Molina de Segura

jueves, 7 de mayo de 2015

El armario de Abdou y otros relatos



En “El armario de Abdou”, que hoy comenta este club de lectura, hice una selección con los siete mejores cuentos (o con los menos malos) de los muchos que escribí entre los 22 y los 26 años, y en los que, como se podrá apreciar, hay una clara influencia de escritores como Manuel Rivas o Manuel Vicent, o de los cuentistas españoles de posguerra como Ignacio Aldecoa, Miguel Delibes o Jesús Fernández Santos, que siempre han sido algunos de mis autores favoritos de relato corto.
Esta primera experiencia editorial supuso para mí un gran aprendizaje como escritor. En primer lugar, descubrí que la literatura y el mundillo literario no son la misma cosa, y que a veces son incluso la contraria. También aprendí que la literatura no debería entenderse como una carrera orientada hacia el éxito social, ni tampoco hacia el triunfo económico, y que, por tanto, un libro sólo debería publicarse por razones estrictamente literarias, y siempre y cuando el autor, al escribirlo, se haya exigido el máximo a sí mismo (dos condiciones que a menudo se incumplen en nuestro más que saturado mundo editorial). Yo intento ser coherente con mis palabras y, desde la aparición de este librito, no he vuelto a publicar otro como autor, pese a que desde entonces estoy trabajando en una nueva colección de cuentos.
La publicación de “El armario de Abdou” también supuso para mí otra lección importante: la de no prestar demasiada atención a las modas literarias, que tanta influencia tienen en España. Y lo digo por una anécdota significativa: en el año 2009, cuando se publicó “El armario de Abdou”, los escritores de mi edad seguían la omnipresente moda de la llamada “Generación Nocilla”, que les incitaba a ambientar sus historias, deshumanizadas y escapistas, en lugares remotos de Estados Unidos o de Siberia, o a escribir poemas sobre fórmulas matemáticas o teorías físicas. En resumidas cuentas, estos autores huían de cualquier tema relacionado con nuestros problemas de la realidad más cercana.
Yo, más provinciano y menos moderno y cool que ellos, escribía, por ejemplo, sobre los inmigrantes africanos que rebuscaban en los cubos de basura de mi barrio, sobre un exfutbolista arruinado y olvidado, o sobre las obsesiones de un anciano viudo, solitario y triste, como podía ser mi vecino Juan. Tan sólo seis años después de publicarse el libro, resulta que el inmigrante soy yo, que los españoles somos los que buscamos entre las basuras de Londres, Berlín o Montpellier para amueblar nuestros apartamentos, y poca gente se acuerda ya de la “Generación Nocilla”.
Para no extenderme demasiado, añadiría una sola apreciación: “El armario de Abdou” constituye, modestamente, un intento de escritura literaria y lo que ello conlleva: importancia de la adjetivación y del lenguaje, de la ambientación y de los detalles, de la evolución psicológica de los personajes y de la trascendencia humana de la anécdota, es decir, los componentes de la narración tradicional que, con frecuencia, han sido relegados a un segundo plano por los autores de mi edad. No en vano, creo que el escritor, entre otras cosas, debe ser tanto un artesano del lenguaje como un testigo crítico del tiempo que le ha tocado vivir.
Muchas gracias por el tiempo dedicado a leer y comentar este humilde librito de cuentos. Me hubiese encantado poder estar con vosotros. Un saludo afectuoso,

GONZALO GÓMEZ MONTORO



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